Christy Hoffman - Secretaria General, UNI Global Union

Sin una voz sindical, las mujeres enfrentan innumerables discriminaciones, grandes y pequeñas. Y el derecho de sindicalizarse, sin miedo, es esencial para la igualdad de las mujeres.

Me adherí a un sindicato en 1978, cuando tenía 22 años. Acababa de terminar mis estudios, y para una mujer joven, había pocos empleos con buenos salarios y beneficios.

Yo sabía el importante papel que los sindicatos jugaban para mejorar la vida de los trabajadores. Me ofrecí voluntariamente como reclutadora sindical durante el verano.
Yo apreciaba el compromiso político y el poder sectorial que representaban los sindicatos y desde el principio tuve el presentimiento que este sería el trabajo de mi vida.
Empecé a trabajar en una gran fábrica de motores de aviones, pensando que podría adquirir algo de experiencia sindical, ganando al mismo tiempo un buen sueldo. En poco tiempo, aprendí cuanto podía realmente cambiar las cosas para las trabajadoras, un sindicato. Estaba todavía en período de prueba y el “hombre que me dirigía”, la persona que debía integrarme al trabajo, insistió en que solo me formaría a cambio de favores sexuales. Estaba en pánico, pensando que sería echada rápidamente si me negaba. Le pedí ayuda al delegado sindical. Él inmediatamente intervino y arregló el problema definitivamente. Desde entonces siempre he estado afiliada a un sindicato.

Me quedé en esta fábrica 7 años, sin cansarme nunca de poder representar a tan gran cantidad de trabajadores y poder hacer una diferencia concreta en la vida de la gente. Cada queja era importante. Las campañas de negociación colectiva eran apasionantes porque sabíamos que las condiciones que negociábamos serían aplicadas directamente a los 20’000 asalariados e indirectamente a miles más. Nunca olvidaré el día que me senté en una habitación llena de humo a argumentar (sin éxito) que las mujeres deberían tener la oportunidad de tomar más de 6 semanas de licencia por maternidad. En esa época hasta un día libre no pago no era permitido. Ascendí en las posiciones hasta convertirme delegada principal y luego fui una de las dirigentes regionales del sindicato.

Con el paso del tiempo, se hizo evidente que mi fábrica era una isla de relativamente buenas condiciones, que estaba cada vez más rodeada por lugares de trabajo no sindicalizados. Dejé la fábrica para convertirme en reclutadora sindical a tiempo completo. En Estados Unidos los reclutadores van a las casas de los trabajadores para convencerlos de adherirse a un sindicato. Salí noche tras noche, a menudo por oscuras carreteras en el campo, tocando la puerta de desconocidos. Recluté todo tipo de trabajadores – gente que armaba herramientas para maquinarias, partes de submarinos, rodamientos de bolas. La mayoría eran hombres, pero como era tan arriesgado unirse a un sindicato, el apoyo de sus mujeres era indispensable. El mayor obstáculo era entonces, como es hoy: el miedo.

Nunca olvidaré la emoción de ganar las elecciones para crear un sindicato. Pero tampoco olvidaré las miradas de aquellos y aquellas que no pudieron obtener un sindicato por culpa de la intensa hostilidad de sus empleadores, y yo sabía que inevitablemente algunos de ellos perderían sus empleos por haber querido sindicalizarse.

Más tarde me convertí en abogada sindical, y no me aburrí un solo momento. Representé a mineros, camioneros, enfermeros y limpiadores, entre otros. Uno de mis mayores logros fue obtener un papel de liderazgo en la huelga nacional de los trabajadores de UPS en el 1997. Más de 200’000 trabajadores estaban en huelga con el fin de transformar trabajos a tiempo parcial en 10’000 puestos de trabajo a tiempo completo. Ganamos la huelga luego de incalculables noches sin dormir y meses de trabajo duro. Durante la época de la huelga, yo tenía un bebé de 4 meses – mi hija estuvo en un piquete mucho tiempo antes de que pudiera caminar.

Ahora como Vice Secretaria General de la UNI hay muchos nuevos desafíos. Pero algunas cosas que no han cambiado. Cada día, los sindicatos están luchando por los trabajadores. Sin una voz sindical, las mujeres enfrentan innumerables discriminaciones, grandes y pequeñas. Y el derecho de sindicalizarse, sin miedo, es esencial para la igualdad de las mujeres.